Eva Saldaña, directora ejecutiva de Greenpeace España.

Eva Saldaña (Madrid, 1977) es la directora ejecutiva de Greenpeace España desde mayo de 2021. Saldaña participará, el 30 de marzo, en el eForum sobre Los retos energéticos frente al cambio climático, en el marco de eMallorca Experience Week, con la ponencia Transición ecológica: sí hay futuro y tenemos que construirlo juntas.

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¿El título de su ponencia es para invitar al optimismo?
— Mi intervención está centrada en mostrar que el actual modelo socioeconómico se basa en un crecimiento ilimitado y en la concentración de riqueza en unos pocos. Es decir, el modelo apuesta por un crecimiento ilimitado en un planeta limitado. Está traspasando los límites biofísicos planetarios y todo ello ya nos trae grandes inundaciones, grandes incendios o grandes brechas en el poder económico. Frente a ello, existe una alternativa que otorga un mayor protagonismo democrático a la ciudadanía y plantea un cambio de mentalidad y de estilos de vida.         

Hay indicios de ese cambio de mentalidad, pero la mayoría de la sociedad sigue integrada en el modelo imperante.
— La ciudadanía empieza a ser consciente de que el actual modelo nos está impidiendo el acceso a derechos fundamentales y está generando problemas de salud en una sociedad de una rapidez desenfrenada y un consumo patológico. Tal vez el cambio de mentalidad no se está dando en la masa crítica. El modelo del beneficio económico puede estar ganando la partida, pero sólo de momento.

Al menos, ya hay administraciones que se imponen objetivos de descarbonización.
— Es que la evidencia del cambio climático lleva a unos caminos de transición energética que hay que transitar sí o sí. Hay que abandonar los combustibles fósiles, pero no sólo se trata de cambiarlos por energías renovables. Hay que reducir la demanda y acabar con los oligopolios energéticos. Lo mismo ocurre con el sistema agroalimentario. Hay hambrunas en África porque no llega el grano de Ucrania por culpa de la guerra. Y hay que redicir el consumo de carne y la cabaña ganadera en un 50 % en Europa en 2030, así como aplicar una moratoria y el cierre de macrogranjas, que realmente van contra el mundo rural, contaminan y suponen crueldad contra los animales. También hay que abordar el cambio del sistema financiero, con una redistribución del poder y la riqueza a través de reformas que nos conduzcan a una fiscalidad más verde.

En Baleares, era noticia hace unos días que este verano llegarán 300.000 turistas alemanes más. Un dato así sigue vendiéndose como una buena noticia.
— Es una buena noticia para unos pocos, que seguirán disponiendo de unos beneficios extraordinarios, pero de lo que se trata es de saber si queremos mantener ese modelo o virarlo a un estado de bienestar real y general. Con datos así, ¿qué va a pasar con la disponibilidad de agua? Con más turismo y el cambio climático, podemos encontrarnos ante una mayor demanda de agua con una menor disponibilidad de ésta. El ocio no es un derecho fundamental. El sistema de bienestar general tiene que buscar equilibrios en los que el dinero no esté por encima de todo. Al final, a escala planetaria, la pregunta es: ¿cómo vamos a ser capaces de mantener la vida en la Tierra? La urgencia ya está aquí. No se puede relegar.

Siguiendo con el turismo, AENA sugiere o habla abiertamente de ampliaciones de aeropuertos mientras el Ministerio de Transición Ecológica habla de sostenibilidad. ¿No es incoherencia?
— Hay que regular el modelo y ponerle límites, analizar las capacidades de carga, sobre todo en territorios insulares y pequeños como Balears, que son más vulnerables. Efectivamente, los mensajes que lanza el Ministerio de Transición Ecológica quedan en entredicho cuando, en el mismo Gobierno, hay proyectos de ampliación de infraestructuras aeroportuarias para, en definitiva, traer más aviones. El transporte aéreo es una de las fuentes más potentes de emisiones de CO2. La ampliación de aeropuertos no tiene ningún sentido cuando existe una necesidad de reducción urgente de las emisiones.

¿Llegaremos al objetivo de no aumentar en un grado y medio la temperatura de la Tierra en 2100?
— Para no sobrepasar ese grado y medio hay que cambiar totalmente las políticas públicas. A algunos les sigue pareciendo que ese grado y medio es poco, pero la verdad es que la    vida en el planeta está en riesgo.

En Baleares, existe actualmente el debate sobre la implantación de energías renovables en suelo rústico. Creo que el debate es generalizable.
— Sí, totalmente. En la Península también existe ese debate. Necesitamos una implementación de renovables, pero el debate debe ser más amplio a partir de la premisa de la reducción de la demanda: ¿Cuánta energía necesitamos y para qué usos? Con la respuesta, podemos ordenar el territorio y establecer unas zonas donde no se pueden instalar renovables porque la prioridad es la protección de la biodiversidad y otras donde sí podemos instalarlas, con preferencia en espacios degradados. Se trata de planificar las renovables a través de la ordenación del territorio.

En Baleares se está dando un ‘boom’ de autoconsumos energéticos. ¿También ocurre así en la Península?
— Sí. Con el petróleo, el gas o el carbón, el ciudadano no podía plantearse el autoconsumo energético, pero con las renovables sí puede ser protagonista. Es el modelo que necesitamos porque supone una democratización energética que puede generalizarse. Los bonos sociales energéticos pueden ser una buena medida, pero sólo son coyunturales y no reducen la dependencia. Los autoconsumos y las comunidades energéticas representan modelos muy interesantes porque significan la autogestión. Las grandes compañías energéticas comprueban que se están generando unos megavatios que ya no son suyos y tienen claro que no les queda otra que apostar por las renovables porque allí está ahora el negocio. Así lo han decidido tras muchos años con unos beneficios económicos obscenos ante una pobreza energética creciente.