Fernando Gallardo, uno de los ponentes en eMallorca Experience Week.
Presidente de Eurofintech y secretario del Consejo de la Alianza Hotelera, Fernando Gallardo reconoce que sus opiniones pueden resultar impopulares en algunos sectores, «pero es que son las que tengo». La suya será una de las voces protagonistas del eForum Acelerando la transición hacia la sostenibilidad, enmarcado en el evento eMallorca Experience Week.
¿Qué entiende por sostenibilidad?
— La sostenibilidad va en nuestro ADN, ya que nadie piensa que la aspiración de un ser humano pase por no sostenerse. Es un concepto ya físico. Para que prosperemos y mantengamos una convivencia tenemos que ir encajando el desorden en el que vivimos y procurarle un cierto orden, escapar de la entropía. Tenemos que medir lo que hacemos de manera muy sensata.
Dice que muchos discursos sobre la sostenibilidad son poesía.
— El discurso de la sostenibilidad no debe ser puramente poético, que es a lo que nos arrastran muchas corrientes de opinión con discursos vacíos o tremendistas. Que hay que ser sostenibles ya lo sabemos pero hay que definir qué es ser sostenible. Hay una manera sensata de gestionar destinos saturados, por ejemplo, mediante tecnología y optimización de recursos.
¿La concienzación sobre la sostenibilidad está más instaurada en la oferta que en la demanda?
— La oferta está más concienciada o, mejor dicho, más obligada por un ámbito regulacionista. La parte de la demanda no tiene esa conciencia. En general no estamos observando buenas prácticas sostenibles por parte de la mayoría de viajeros. Los hoteles podrán tener un plan de eficiencia energética pero si el cliente se deja el aire acondicionado encendido todo el día...
Desde la Administración balear se plantea decrecer en plazas turísticas para ser sostenibles. ¿Lo ve factible?
— No lo veo factible. Es una idea que proviene de las administraciones públicas y hay que escuchar a los ciudadanos. Si los turistas quieren ir en masa a Balears cualquier intento de limitación será inviable. ¿Van a poner muros? No lo veo. Es una idea muy feudal, incluso nobiliaria: que solamente los marqueses viajen a las Islas.
¿Qué soluciones plantea?
— El problema del mundo es que tenemos hoy 8.000 millones de personas y probablemente alcancemos los 12.000 millones a final de siglo. Esto va a suponer una mayor presión sobre los destinos turísticos que tenemos que asumir. Lo de la capacidad de carga es un concepto un poco frívolo. A principio de siglo XX se cifraba la capacidad de carga de Nueva York en un millón de residentes y hoy viven allí 16 millones de personas y llegan 64 millones de turistas. Y la isla no se ha hundido en el mar. Son cuestiones subjetivas. La presión sigue en aumento en todo el mundo y destinos supuestamente saturados hoy no lo serán dentro de unos años por la mejor gestión tecnológica de los recursos. Y probablemente tengan diez veces más turistas que hoy.
¿Y entonces cómo se gestiona ese aumento de presión?
— Hablamos de cómo queremos proteger el territorio y no nos damos cuenta de que quizá el modelo que haya que imitar no sea el de Jávea, que es un gran consumidor de territorio, sino el de Benidorm, que sin duda alguna es la ciudad -y eso se estudia en universidades de todo el mundo- modelo de sostenibilidad turística porque ha conseguido un crecimiento en vertical que no consume tanto territorio, hace más eficientes todos los servicios e infraestructuras públicas y permite que todos los alrededores estén despejados de construcción. Cosa que no hacen otros modelos turísticos supuestamente más ecológicos porque al final consumen más territorio.
¿La pandemia dejó cambios permanentes en la industria turística? El auge de las reservas de última hora, por ejemplo.
— La pandemia no cambió nada sino que aceleró procesos que ya estaban en marcha. Y no creo que las reservas de última hora sea una tendencia que haya llegado para quedarse. Uno de esos procesos es el fenómeno que los norteamericanos llaman la gran dimisión: nadie quiere ya trabajar donde lo hacía. Era un problema soterrado que la pandemia hizo aflorar. Por otro lado, la pandemia aceleró el teletrabajo y eso va a conectar con el turismo, porque es muy agradable poder trabajar viajando.
¿Explica la gran dimisión la actual falta de mano de obra?
— Sin duda. Es algo que sufren todos los sectores. Estábamos viviendo en una sociedad del siglo XX con tecnología del siglo XXI y eso es un anacronismo que nos conduce a problemas como este porque se estaban desarrollando muchos trabajos sin valor. Es una mentalidad muy medieval la de asignar a un trabajo un valor: el valor del trabajo no está en el esfuerzo, sino en los resultados. En España se hacen muchos trabajo de valor pequeño, por eso el empleo es precario. El gran desafío es ver cómo hacemos que las personas generen un trabajo de mayor valor y más creatividad mientras la tecnología automatiza las funciones más mecánicas y rutinarias.